sábado, 1 de septiembre de 2012

Septiembre

Cada mañana voy a comprarme un cruasán de jamón y queso -el clásico, con miel, lo dejo para el invierno, cuando bajo en pijama a la fleca de la esquina- y veo de refilón al quiosquero de la plaza. Siempre llegadas a estas fechas se tira cerca de media hora colocando con mimo y agilidad un arsenal de cachivaches a la venta por fascículos. No conozco a nadie que no haya caído en la tentación de intentar completar alguna de esas colecciones.

Por otro lado, la papelería de en frente empieza a recibir cada vez a más padres y más niños en busca de gomas de borrar Milan, lápices de colores Alpino -o ceras Plastidecor en su defecto- aguzas y lápices de dibujo y escritura Staedler -bien los avispas, bien los azulones- y cinco o seis libretas de media por cabeza. También podemos sumar la compra de forro para libros, pegamento adhesivo en barra -Kores o iMedio- rotuladores Carioca, carpetas de Cristiano Ronaldo, Usain Bolt o cualquier otro ídolo y tippex para que los usuarios de ese material -no mayores de catorce años, a partir de esa edad con un boli Bic negro van que chutan-  experimenten el arte de gorronear exámenes a chorretones blancos.

Cada año tengo dos certezas: que todo es igual siempre y que ese olor a papelería poco a poco lo he ido perdiendo de mi pituitaria.

Volver a empezar una vez más...

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