jueves, 27 de septiembre de 2012

Domadores urbanos: Richard Rocca

El cielo cae a peso como si las nubes no lo filtraran o pudieran hacer de sustento. El aire enturbia la tarde preguntándome si no pasaré frío y si mis pupilas están más dilatadas de lo normal, mis mucosas más activas que nunca y mi sensibilidad se ha despertado por fin.

Afronto la tarde como una partida de ajedrez -del que he sido siempre un pésimo jugador- intentando amagar cada uno de mis movimientos: los pasos bien calculados y sin cojear, las miradas justas y seguras, y las palabras necesarias pero eficientes. De siempre me ha gustado leer las miradas, las encuentro tan entrañables, dicen tantas cosas... y las manos lo complementan en su movimiento. No exagero: esta tarde había ilusión en las manos y en las miradas, y pese al frío o el tomar una limonada con hielo en una terraza -¿limonada?, ¿yo?- no han sido condicionantes para que mueva alfiles, torres y peones de manera convincente y ágil, pese a que yo empezaba con las negras. Y jugar con las negras significa jugar a la defensiva.

Siempre he optado por las defensas abiertas, el despiste; colarme por recovecos y dominar los flancos desprotegidos -y ahora te preguntas por qué nadie te enseñó el pastor- atacando en forma de martillo. Cual piquero en Flandes o Lieja, ataco con presura, con disimulo... pero con escrúpulos, sabiendo que las grandes batallas tienen lugar en grandes escenarios, a campo abierto, de día...

He protegido a mi rey. Han caído todos mis peones desangrados entre las esquinas grises de la calle. Mis torres y alfiles tienen mermadas sus fuerzas;  después de horas de batalla qué les puedo exigir yo... siendo rey republicano de nada, lo mejor que puedo hacer es retirarme y esperar a mi oportunidad, porque todavía no he movido a mi reina.

Richard Rocca

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