País y fecha: Alemania, 10 de Septiembre de 2011
Siempre he pensado que con la lluvia se entiende mejor los viajes. Por entender, entiendo, despertar olores y tonalidades difusas en la personalidad de los edificios, los monumentos... a todo el mundo le entristece la lluvia; influye en el ánimo y remodela sensaciones en nosotros, en los animales.
A veces parecía que transeúntes sin cesar deseaban perderse en la lluvia. Nadie la esquivaba. Los paraguas peinaban las cabezas alborotadas de ciudadanos alemanes de toda índole: trabajadores con trabajo y sin el, estudiantes apurando sus últimos días de absueto, niños contando los coches pasar desde las balconadas. Y en medio yo, cubriéndome de la lluvia y secándome los tirabuzones desde un porche, haciendo fotos a los pájaros que aparecen en la portada. Sentado con Lilly, la amiga de la mirada profunda y los labios torneados y prietos, preparados para hablar sin temor a no comprenderme. Mi bloc de notas, a mi lado junto con dos postales hacia el sur.
Me propuse escribir un poema sobre la ciudad, sobre cada ciudad que hubiera visitado y luego regalármelo como recuerdo de mi viaje. Hoy, nueve meses después de mi viaje todavía pienso en la idea y miro entre cuartillas y encuentro un único poema sobre la plaza Guttemberg de Estrasburgo, al lado de la casa de Goethe.
Debería plantearme los viajes de otro modo. Debería llevar bolígrafo y apuntar notas y versos.
Una vez leí: la casualidad nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiese podido ocurrir.