domingo, 2 de septiembre de 2012

Domadores urbanos: Joel X. Hansen

Entro en un fotomatón. Son las tres de la madrugada de un domingo de febrero. Hace invierno, cae ese calabobos que tiñe la niebla de un color cobrizo -ese color cobrizo que echo yo tanto de menos- cada domingo a mi vuelta a casa. En mi cabeza la última raya de coca. En mis piernas el frío. 

Introduzco una moneda de un euro y escribo en una libreta de bolsillo cuatro descripciones de chicas. Cuatro países diferentes asociados a cada sustantivo. Sonrío a la cámara cerrando los ojos a cada foto, voy pasando las hojas. Al acabar cojo las fotos y dejo en el taburete la libretita con las hojas arrancadas.

Camino y sigue cayendo el calabobos; sin duda voy a acabar con una pulmonía de cuidado. Estudio la mejor de las cuatro sonrisas mientras elijo el camino menos idóneo para ir a casa -oh, ¿la noche no fue creada entonces para perdernos?- y hablo solo con las fotos. Contradiciendo a la pregunta retórica enguionada, decido volver a casa. Abro la puerta de casa y me dirijo directo al comedor apenas encendiendo una luz, a tientas con mi instinto demacrado por la combinación del desfase. Con un clip uno cada foto a un billete de metro diferente y señalo la hora a las que las vi a cada una de ellas con una caligrafía perfecta. 

Mi vida es vivir en el metro y dibujar unos caligramas al día en el reverso de un billete con una foto carnet, donde viva el recuerdo de un enamoramiento repentino de diez minutos. He aquí la magia de ser vagabundo en esto del amor.

Joel X. Hansen

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