domingo, 29 de abril de 2012

No es el típico cuento de dragones y princesas


Se sentó al lado del dragón y acarició su piel escamada de manera suave, recorriendo con sus uñas los surcos de su piel. Se acurrucó en su ala derecha, y el dragón le pasó una de sus garras por encima, despeinando su pelo castaño de manera cariñosa.

El príncipe abrazó su capa y lloró un poco. El viento acariciaba sus pupilas sonrosadas y esparcía sus lágrimas por la piel del dragón. Lloraba desconsoladamente porque esa princesa de piel blanca, rizos negros que caían acompasados hasta su cintura y ojos castaños -de color de miel- se encontraba en la torre de piedra próxima a su posición besándose con frenesí y sin contemplaciones con un sujeto -supuesto príncipe, amigo de una noche- que, sin averiguarlo, estaba destrozando sin quererlo el corazón de tres sujetos...

El dragón, entendiendo que el elegido para salvar a la princesa de la torre era el joven que yacía lamentándose en sus alas y no un simple oportunista, se resignó a dar un bufido fuerte, ardiente, que consiguió abrasar parte del vestido de seda de la princesa y llamar su atención. Su príncipe oportunista, salió corriendo torre abajo de manera ridícula. Ella se giró y observó la mirada de decepción de su príncipe y su expresión de dolor al ver que ella había quemado con un fuego más fuerte que el de cualquier dragón cada uno de los recuerdos que hasta jornadas antes habían vivido. Con la cara descompuesta, corrió a abrazarle, pero el dragón se interpuso entre ellos echando un chorro de fuego que les separó en medio.

-A los dos días, el fuego se consumirá y solamente la lluvia podrá recomponer el dolor del príncipe- comentó el dragón, decepcionado por el cáliz de la historia. -Princesa, has de dejar que el príncipe consuma su dolor, y has de entender sus sacrificios pese a vivir su amor en condicional. El fuego que siempre le has demostrado ahora se ha fosilizado en dolor y tiene que quebrarse para que pueda abrazarte- sentenció.

Dicho esto, remontó el vuelo y marchó hacia otros campos; hacia otra torre donde la princesa no se equivocara de príncipe. Decepcionado marchó, sabiendo que el final de su historia siempre ha de acabar con su muerte a manos del príncipe. Voló y voló y falleció por culpa de las heridas de un príncipe ilegítimo a los dos días, sacrificándose sin buscar la cura a favor de dos jóvenes. Murió desterrado y sin la gloria que se le presume a una bestia valerosa como era él, sin el reconocimiento de haber muerto por una espada manchada de rojo y que la movía la fuerza de un príncipe que luchaba por una doncella, como todos los dragones deciden morir.

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