domingo, 12 de febrero de 2012

Reencuentro con el teatro

Reconozco que no soy un visitante asiduo de teatros. De hecho, la última vez que tuve un contacto cercano con los escenarios fue haciendo de Creonte en Medea -y de eso ya han caído años, perillas y colillas- con un resultado más bien discreto -el cinturón psicodélico que llevaba en mi "sábana" todavía debe causar furor entre los que asistieron a tan grotesco espectáculo-. 


Al grano. Resulta que, convencido a última hora acudí a ver El fraude de mi generación, una obra dramática y un poco cruenta en parte que para mi gusto ha reflejado correctamente la crudeza del lenguaje-visión de Lorca sobre la mujer -se toman textos extraídos de la "trilogía de la mujer", contraponiendo dos versiones de un mismo tema: la maternidad. Por un lado, la postura de Bernarda -no puede acceder a la maternidad, pero la defiende y obliga moralmente a las hijas a que tengan descendencia- y la de las tres hermanas, que se revelan -como en La Casa (...)- a la autoridad dictatorial de Bernarda, defendiendo su rechazo ya que encadena una penitencia en sus vidas.

Me ha gustado muchísimo la primera hija -Annabel- y el papel de Poncia -Iris-, que se ha vaciado durante unos minutos, cual trastorno bipolar, cerrando la obra con brillantez. Un pequeño pero es Bernarda, con una voz fuerte y contundente, marcando su carácter, difuminado por su inexpresividad en algunos lances -un poco de mala leche, entendrámonos- pero este detalle no debe enturbiar el transcurso de una obra que me ha reenganchado a las tablas y al telón y que en ningún caso ha de tomarse al pié de la letra puesto que es una opinión personal de un espectador.

Definitivamente, creo que tengo que ir más al teatro. Sobretodo cuando esté sano y no me entren ataques de tos en mitad de la obra... vaya espectáculo.

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