Apenas a 20 kilómetros de Colmar, Alsacia. Cruza el campo de trigo y se planta en el epicentro de la línea discontinua de la carretera. El rojo cobrizo de su pelo reflejado en el negro de la carretera. Y el gris del cielo. Como si fuera un espejo, mira nuestro coche y alza su pequeña cornamenta. Gira su cuerpo y se adentra en el trigo dorado de nuevo para regir sus dominios.
Es el único recuerdo con luz que tengo de la línea Maginot. Y en ambos sucesos hubo una tensión involuntaria de mi cuerpo. Impresión, se conoce.
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