sábado, 4 de febrero de 2012

Muros de papel

"Eso que llaman el amor es el exilio,
con una postal del país de vez en cuando"
(Samuel Beckett)

     Subí las escalera inseguro, cogiendo de la mano a Floyd y me presenté delante de una puerta blanca con pegatinas de colores. Llamé a la puerta, fijándome en el pomo redondo y dorado y allí me recibió una chica joven y sonriente que me invitó a pasar. Inseguro del todo -siempre he desconfiado de los sitios con paredes de colores- la seguí hasta una habitación grande, donde tú me esperabas mirando la televisión con cierta desgana. Me miraste, me estudiaste por arriba y por abajo y abrazaste a Floyd sin mi consentimiento. Recuerdo que lloré en silencio, porque Floyd era mío y sentía cómo prostituías mi infancia. Tu hermana al ver el atroz espectáculo de la lluvia de mis ojos te obligó a devolvérmelo, aunque nunca más mi fiel compañero volvería a ser el mismo.

     Caminaste hasta un patio de moqueta azul, donde había cajas de cartón apiladas formando una semejanza de castillo. Sé mi príncipe, me dijiste. Callé y me quedé mirando una de las paredes del castillo, acepté a serlo pese a que siempre odié ser el algo de alguien. Nunca he aceptado ser el niño de o el amigo de... mi personalidad siempre se ha visto ignorada por las demandas de los demás. Sumiso ante ti, asentí con un leve movimiento de cabeza. Seguro que hoy mantienes la misma frialdad que entonces; automáticamente cogiste un Simba, le pusiste encima de tu litera y nos casó sin miedo a nunca separarnos. Floyd, convertido en mi fiel escudero desde hacía menos de quince minutos, presenció como testigo la boda, imperturbable ante la frialdad de tus gestos.

     Llevado por la novedad de estar casado, seguro que intenté besarte, ahora no me acuerdo bien. Me evitabas con desprecio, obligándome a vigilar el castillo de cajas de cartón, un castillo patrocinado por Panasonic, en el que unos playmobil labraban hojas de cuadrícula como si fueran campos de cereales. No recuerdo tu nombre, pero sí que tomabas el té con tu séquito de muñecas haciendo de damas de honor y sirvientas. Mi ejército estaba formado por peluches. A saber: un asno de Shrek cojo, tres osos con corazones como escudo y el Simba al que obligaste dejar los hábitos para servir en mis tropas. Tienes que guerrear -me decías- tienes que traerme tesoros del más allá. Pero no traía nada, nunca pude traerte nada, porque las fronteras en forma de puerta blanca con pestillo echado siempre han sido infranqueables para mi ejército.

     Siempre volvía fracasado a tu castillo y escuchaba las reprimendas y aquel odio visceral que tenías acumulado sin yo ser el culpable. Decapitaste a muchas de tus doncellas para pagar tu frustración, incluso zarandeaste a mis soldados. Preparaste ejecuciones masivas de playmobil para saciar tu ira. Eres el peor príncipe que existe, me decías. Yo aguantaba impasible ante tus atrocidades, tus lloros y lamentos.

     Justo en ese momento apareció tu hermana y me sacó de allí con rapidez. Me fui como llegué, aferrando a Floyd en mi pecho y sin entender nada de lo que había pasado. Hoy puedo decir que sólo amé a una persona en mi vida, pese a sus gritos, a sus lloros y a su carácter irascible. Lo recuerdo con gratitud, porque posiblemente no haya habido más príncipes en esas cajas de cartón de Panasonic que comandaran con respetable acierto esas tropas inanimadas que pusiste a mi disposición, ni tampoco a esos aldeanos de cara sonriente y manos cóncavas que remoloneaban de su trabajo. Yo sin mi escudero ya me sentía indefenso, pero tú teniéndolo todo, inexplicablemente, también lo estabas. Te ofrecí amor en unos pocos minutos, pero quiero pensar que lo repudiaste por miedo. Posiblemente porque teniéndolo todo en tu castillo, tenías miedo a sentirte indefensa al salir de él. Lo entiendo. Ambos lo sufrimos sin darnos cuenta de que en realidad nos amábamos.

1 comentario:

Inconexa dijo...

La verdad es que sí, aún queda esperanza ;)
Muy buenos textos, y mejores letras.