Anda que yo no he pasao ni nà por ese puente... la última vez, para ir a la estación de trenes el pasado primero de enero. cuando volvía de fiesta a primera hora de la mañana, ya iba cayendo, dejando su densidad por todas las esquinas de la ciudad, y a eso de las doce, cuando mi cama exhalaba calor ya toda la ciudad era clara oscuridad.
A la una y media, cuando me adentraba al puente la niebla me chupaba el calor. Ni gorros, ni palestinos. Ni polares. Dejaba de ser persona poco a poco para convertirme en espectro. Me quedé quieto unos instantes mirando el Guadiana -río muerto en Badajoz- y también a los patos y los pájaros que nada él, y las cigüeñas -las pocas- que van perdidas por los tejados de la ciudad. Por un momento entendí la parquedad del silencio.
Continué caminando y la niebla me acompaño hasta el tren, hasta las cercanías de Mérida. Allí, no se bien por qué, no entienden la magia que tiene. Por eso, a lo mejor se quedó allí, con mi mirada peinando el cuerpo de las aves que dominan el Guadiana.
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