domingo, 10 de marzo de 2013

Retrasos

Retrasos
La estación de tren da de cara al mar y es completamente imposible que el aire en invierno no choque con el andén. Y me jode, porque mi guerrera no es lo suficientemente esponjosa para esquilmar los rigores del invierno.
El tren llega como siempre con retraso. La sensación de cabreo que llevo encima se esfuma al entrar en la cálida estancia de mi vagón; donde por azares del destino consigo estar a solas: filas de asientos libres... elijo uno de los primeros, a la entrada y cerca de la puerta y el lavabo. Escucho música, que se me olvidaba. M83, un grupo raro de esos que me recomendaron en una fiesta de verano con cubata en mano en un pueblo del Baix Camp. No recuerdo quién me lo dió a conocer (¿acaso importa ahora eso?)
Me gusta la soledad del tren. Me permite ser anónimo mientras miro al mar que hay de camino a Barcelona; odio que alguien se siente a mi lado cuando tengo esa sensación en mi interior. Estiro las piernas y cierro los ojos y pienso al ritmo del traqueteo del convoy. Por entonces, cuando estoy a punto de entrar en el clímax de la desconexión neuronal entre mi mente y el azul de fondo lateral... el tren desacelera y se detiene en un pequeño apeadero de costa donde aparentemente no hay nadie. Me levanto, oteo el horizonte del vagón por el lado derecho, y cuando me giro para ver el izquierdo veo pasar a la sombra más cálida y preciosa que mis ojos han contemplado en treinta años de existencia. La he visto de refilón sentándose a pocos metros de mi asiento de cara a mí. Yo me pongo colorado y me refugio con presura en mi lugar y la contemplo con disimulo entre el silencio.
Se ha sentado a lo ancho de los dos asientos de su columna. Ha dejado sus botitas en el reposapiés -talla 38, seguro- y ha sacado un libro de un bolso de cuero marrón con ribetes machetados negros. Lleva un jersey verde oscuro y unos vaqueros ceñidos que le quedan de vicio. Con las manos sujeta la biografía de Leonard Cohen, aunque eso poco importa (¿estás seguro Manfred?, ¿de verdad crees que importa poco?). Sus manos son claras como sus mejillas -sin duda sonrosadas a la mínima que el aire la meza el pelo- y más que pasar las páginas del libro las acaricia con el filo de unas uñas romas que en su adolescencia fueron mordidas. Es rematadamente preciosa la condenada. Y su cabello la tentación de recibir un número de caricias ilimitado por minuto.
Van pasando las paradas y mi destino se acerca. La veo de refilón y me enamoro poco a poco, capta en mí la atención y el deseo fugaz de la tímida existéncia en sus ojos de color canela; dan ganas de besarla (¡maldito ingenuo austríaco!, ¿acaso no sabes quién eres en realidad?) pero ese momento nunca llegará (¡lo sabías!). En un momento, se da cuenta de que la contemplo. Me mira, me sonríe y sigue leyendo como si no me hubiera visto, manteniendo una sonrisa que por momentos se hace más grande, como si se diera cuenta de que la deseo. Nunca valdré para espía.
"Propera estació, Barcelona Passeig de Gràcia"
A dos minutos de bajar del tren me decido, me dirijo hacia ella de camino a la salida del vagón entre la matraca, frenazos y demás ataques contra la columna vertebral que me profiere FGC. Ella levanta la vista, me mira a los ojos y yo me quedo callado mirándola, a medio metro suyo. Es un momento mágico, en el que por silencios quizá nos transmitíamos lo que pensábamos como expertos en legromancia. Pruebo a abrir la boca, y cuando ella sonríe suena el aviso agudo del móvil...
"Hola carinyo, ja hi soc casi... vens a buscar-me amor? tinc moltíssimes ganes de veure't vida!"
- Mierda- y lo digo bien alto para que resuene en el vagón, sin gritar pero chocando en las ventanas.
Paso de largo y vuelvo a mi anonimato. Me hundo en el asiento del final del vagón mientras el tren se frena, retornando a aquella invisibilidad que tanto me desquicia a veces. Ella me mira como si me suplicara un perdón mudo con sus ojos. En el fondo sé que llora (¿acaso tú no lo estás haciendo?, ¡sécate los ojos insensato!) sale del vagón y me mira desde fuera.
El libro de Leonard Cohen reposa en su butaca. Lo cojo y lo empezaré a leer cuando llegue a casa. Quizá importe más de lo que en un principio creía; como un asceta pensaré en u recuerdo.
(Manfred, márchate a casa. Estás demasiado triste para morir).

No hay comentarios: