jueves, 31 de enero de 2013

Minara no es una sombra en la niebla


Minara no es una sombra en la niebla


 "La posesión completa solo se demuestra dando.
Todo cuando no podemos dar, nos posee"
(André Gide)

     Minara soñó a la otra orilla del Mersey. Por un lado, la bahía seca de hojas se desgañitaba fuera de su pelo, al otro lado de su cuerpo existían las letras de las canciones prohibidas en O'Connors: algo de The Wombats -ella llevaba una chapa en su bolso, cierto- Boys Likes Girls y The Libertines: volvemos a la época donde el the (in Spain, de at 60's and 70's years) precedía cualquier palabra digna de sentido que pudiera enmarcar una fotografía instantánea en el bajo seis cuerdas que tocara Rix.

     Era todo tan genuino, tan fantástico que ni el hecho de caer en la neblina otoñal de la ribera griseaba su resaca. Se sentó de rodillas encima de su bolso y pasó las hojas de su agenda de manera despreocupada. Estaba guapa, se le caía un tirante de la preciosa camiseta lila que llevaba. Los tejanos estaban manchados de un barro provocado por la humedad intrínseca de la proximidad del agua. De su agenda sacó una foto polaroid en blanco y negro de un enfant tocado con camisa a cuadros y pantalones marrones -ella decidió de qué color eran- que abrazaba de manera sensual una cadera que reconoció como suya tras dos segundos de duda. Había un sofá en el que retozaban en forma de cruceta, lo que hacía que no pudiera salir su cara y la expresión de sencillez que tenía en ese momento. De fondo, de manera borrosa, una pareja en situación de acaparar todo el espacio del tresillo. Entre tanto que la veía, recogía sin mirar otra cosa un arsenal de pintalabios y fotos que habían salido de su bolso por culpa del viento por la noche.

     Se intentó poner en pié pero resbaló. Al suelo. La foto manchada por el barro voló un par de metros y se clavó en la hierba mientras la foto de Garret cambiaba de hoja en hoja caída. Esta vez sí consiguió ponerse de pié y se resignó bebiendo un último trago de la cerveza que recordó haber bebido por última vez a la noche cerca de las tres de la mañana. Apurada y avergonzada eructó y metió corriendo la polaroid del enfant de camisa a cuadros y pantalones marrones -porque ella decidió que fueran marrones- dentro de la botella. y la clavó boca abajo contra el césped, con el cuello succionando la superficie húmeda; prometiéndose que hoy no tocaba olvidar.

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