sábado, 14 de julio de 2012

Catorce

"Pues hijo, ya ves; como cada catorce de julio, los gabachos nos la lían. Encerrona por allí, ataque por allá... se ponen a tirar como bestias y no hay dios de poder conseguir una etapa; porque claro, sé tú el guapo que atacas que los muy cabritos se compinchan para anularte y luego hostiarse entre ellos -literalmente, en esto los españoles lo hacemos a la inversa en las carreras- para alzarse con la etapa.

Sinceramente a veces parece que les importa una mierda la general. O la carrera en sí llegaría a decir porque, a ver... vale que son los masocas que se meten en las escapadas, ¡pero es que luego no te dan ni un relevo en condiciones! a chupar rueda todo el rato, como el australiano... y en los sprints ni olerlos, no saben lo que son..."

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Le acabo de dejar en la habitación. Suerte que hoy me ha dejado. Nos pasa en mayo con el Giro. Luego en julio con el Tour. Allí, una tarde viéndolo en la sala empezó todo. La Vuelta ya es un festival de adrenalina y verborrea corrupta por su lengua. Durante esos días a la hora de la siesta toda su medicación se vuelve necesaria: fortasec, trankimazin, prozac... todo por no dejarlo morir viendo dos ruedas, un cuadro y un manillar.

Luego, cuando se acaba la etapa coje la guía del Tour, su portafolios con las estadísticas de todos los participantes y se refugia en la habitación 59 de la residencia. Sale lo justo para cenar y hacer las necesidades y solamente la enfermera y la limpiadora entran en su habitación el tiempo mínimo. 

Se dice que ahí tiene un póster de Ocaña y otro de Merckx. También chapas de botella con las camisolas de papel del KAS. Hay quien dice que ese hombre es un loco por el ciclismo. Yo, su hijo, digo que es una leyenda no por lo que haya corrido y ganado, sino por ser durante setenta años el mismo. Un niño con una mágica ilusión.

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